El arte supraceptivo como llave universal
Vladimir Merchensky. Buenos Aires, 7 de junio de 2023.
En este artículo reflexionaremos sobre una característica de la experiencia creadora que, compartida con la experiencia del sueño, puede ayudarnos a ampliar nuestro conocimiento del universo.
Nuestro sistema perceptual, con sus cinco sentidos y la conversación interna permanente, inundan y aturden nuestra forma de acceder al universo, nuestra forma de vincularnos a otras conciencias e incluso nuestro modo de conocer o reconocer la propia existencia.
Todos nosotros tenemos una red energética que nos relaciona y vincula, tanto a otros seres humanos como a animales, plantas, objetos, o incluso a fuerzas o entidades superiores. En un plano inaccesible para nuestro entendimiento actual somos un ser similar al micelio que, en lugar de una membrana o frontera llamada piel, tiene un órgano en forma de red radicular que lo vincula a los demás. El sueño, el arte, el deporte, el juego y la meditación pueden facilitarnos breves accesos a esa red.
El lenguaje condiciona nuestro conocimiento
Con el concepto griego de filocalía, Occidente inaugura la reflexión estética, la de la experiencia perceptiva y de los distintos niveles semánticos en el lenguaje; reflexión que a partir de Saussure y la cientificación de la Lingüística, propone que nuestros lenguajes –y medios de expresión— nos limitan no sólo en la comunicación interpersonal sino también en nuestra interpretación y acceso al mundo fenoménico tanto externo como interno. En otras palabras, el input o ingreso de información del universo a nuestra conciencia está condicionado y recortado tanto por nuestra experiencia pretérita –provista por los cinco sentidos– como por el output de nuestros lenguajes, porque son el vehículo para nuestra expresión al tiempo que definen nuestro entendimiento –configuran nuestro sistema cognitivo–.
El valor singular del lenguaje artístico
En dicho recorte, los lenguajes difieren en el largo de sus tijeras. ¿Cómo podemos ilustrar ese “modo de recortar” que tiene cada lenguaje? Dijimos que ellos son el vehículo para nuestra expresión; entonces, hagamos una analogía simple con los medios de transporte.
Así, la convención colectiva que denominamos Lenguaje Verbal, por ejemplo, quizá sea un lento ferrocarril que corre por rieles más o menos rígidos; los audaces e individuales Lenguajes Artísticos, en cambio, podrían ser pequeños aerodeslizadores capaces de surfear el universo de las ideas permitiéndonos sospechar que no sólo los rieles, sino incluso la ley de gravedad son meras anomalías escenográficas. El lenguaje artístico nos brinda la posibilidad de acceder a una experiencia cognitiva más amplia, menos limitada.
La permanente búsqueda de sentido
En nuestro día a día –vigilia–, el sistema cognitivo busca, induce o crea sentido de cada estímulo que recibimos, de modo permanente, inmediato e imponderable.
Con los estímulos visuales experimentamos la misma pulsión obligada hacia un recorte semántico; en este proceso entra en juego la pareidolia –una capacidad asociativa que tenemos, casi ineludible, de dar sentido a una morfología desconocida–. Al igual que la palabra, el tiempo y la muerte, la pareidolia es un don y es un límite.
Salvo en breves momentos de creatividad o meditación, nuestra mente es un emisor –un locutor de radio, y a veces más de uno– relatando y explicando todo permanentemente.
Los sueños y la suspensión de sentido
Reflexionemos ahora sobre una diferencia experiencial notable que podemos encontrar entre la vigilia y el sueño.
Mientras soñamos, sentimos que las más de las veces, el proceso semasiológico se encuentra suspendido u opera rezagado, y podemos percibir el estímulo, crudo y puro, sin darle una interpretación inmediata. El acontecer del sueño nos imprime su huella efímera pero nuestra mente no corre desesperada a investirlo de significado. En el sueño –o también bajo los efectos de algunas sustancias como la psilocibina– habitamos un mundo fenoménico exacerbado, sin notar desorden o caos. Allí estamos momentáneamente libres –o sin la urgencia– de la interpretación (Huxley, en su texto “Las puertas de la percepción”, esboza esto).
El despertar y la fábula
Al despertar podemos sentirnos perplejos y aturdidos por esa acumulación de estímulos desordenados –diversos acontecimientos y fenómenos estéticos–. En una conferencia sobre la pesadilla, Borges cita esta reflexión de Groussac: “es asombroso el hecho de que cada mañana nos despertemos cuerdos —o relativamente cuerdos, digamos— después de haber pasado por esa zona de sombras, los laberintos del sueño”, y agrega “el soñador ve todo de un solo vistazo, de igual modo que Dios, desde su vasta eternidad, ve todo el proceso cósmico. ¿Qué sucede al despertar? Sucede que, como estamos acostumbrados a la vida sucesiva, damos forma narrativa a nuestro sueño, pero nuestro sueño ha sido múltiple y ha sido simultáneo”.
Cuando despertamos, tenemos una pulsión obligatoria y fatal a la interpretación, y el acto de rememorar es un intento confuso –y por momentos frustrante– de linealidad. No nos parece un recuerdo, sino más bien una transfiguración mística escurridiza.
Como nota lateral podemos agregar que, para algunas culturas mesoamericanas descritas por Carlos Castaneda, el universo en que estuvimos inmersos y de visita durante el sueño –denominado Nagual o Nahual– es real e infinitamente más amplio que la breve escenografía a la que accedemos desde nuestros sentidos –llamada Tonal–. Y contiene una cantidad tan abrumadora de singularidades que, de no reducirlo, haría colapsar nuestra razón. Ese recordar huidizo que se deshilacha y escurre como agua entre las manos –esa enorme pérdida de detalles–, es una reacción instintiva de nuestra psique para preservarnos de tal inmensidad.
El momento creador y la suspensión de sentido
En nuestra vigilia, gracias al deporte, la meditación, el juego y el arte, podemos acceder al silencio mental (durante una sesión de pintura, por ejemplo). Pueden ser momentos breves de onironauta, pero que una vez concluidos nos permiten descubrir, asombrados, la suspensión de ese dispositivo insistente de sentido. Es decir que los lenguajes artísticos pueden proveernos de una llave para habitar el silencio.
La expansión del lenguaje visual en el Arte Moderno
La función del arte clásico occidental, su código, su gramática y su narrativa respondían a la cosmovisión occidental iluminista de la razón instrumental y pertenecían al sistema de integración social. Su corpus era lo textual y documental, es decir, la mímesis naturalista.
En términos filosóficos, la actividad artística posclásica –que la historia resumió en el término “vanguardia” y nace a mediados del siglo XIX como consecuencia de la invención de la fotografía y otras varias vicisitudes– experimentó, investigó y propuso progresivamente un dispositivo que puede subvertir el dominio del significante y prescindir de regulación exegética. O dicho de un modo más simple, indaga en la acción de “figurizar” sin significar, presentar sin representar. Idealmente, su manifestación abriría y descalabraría el código sin cerrar a una nueva decodificación. Este arte emancipado indaga en posibilitar, en este “mundo desvelado”, la supuesta crudeza asemántica que nuestro entendimiento vislumbra parcialmente y muchas veces no alcanza a recordar de aquél otro universo más amplio, que nuestro torpe positivismo llama “mundo onírico” (el Nahual de los Toltecas).
La estafa tras el negocio del arte
A pesar de ese poder revolucionario, toda vanguardia, más temprano que tarde, fue sometida, y por lógica económica devino en un producto cultural con el cual la autoridad legitimadora de curadores y especialistas de arte generó y degeneró una “significosis” desbordada y anárquica provocando la despotenciación de las capacidades del sujeto artístico y la necrosis de su propósito original.
Aquel neoarte ha perdido toda autonomía gracias a una institucionalidad que no hace otra cosa que imponer la muleta narrativa del abstract redactado –registrado, condicionado, percibido y establecido como única lectura– por estos intermediarios de pacotilla y oropel. La bien intencionada popularización cultural promovida a partir del siglo XVIII con la invención del museo y la colección pública se hizo añicos y hoy no sabemos qué verbo usar para “artear” ese pseudo-arte mercantil.
El público obediente también se arrastra inválido, creyendo la mentira en silencio y pidiendo disculpas por no haber podido comprender o conmoverse con estas manifestaciones, sin educación para reconocer aquello que la valiente Avelina Lesper denuncia por fin como un fraude y una estafa a escala global.
La maquinaria comercial y la corrupción de la industria cultural anulan un concepto social de arte tan profundo como transformador.
Todos somos artistas
¿Cómo podemos devolverle ese maravilloso poder? Proponemos reeducarnos hacia una visión del arte ceñida a la vivencia del artista y del autor, a su hacer y a su valor experiencial. Tanto en el ámbito pedagógico como terapéutico, hacer énfasis en la ejecución, en el diálogo inherente al proceso creativo-perceptivo. En la experiencia por sobre el producto. Educar para que todos los seres humanos podamos habilitarnos como artistas y accedamos a la experiencia poética.
Un ser anónimo que firma con el pseudónimo Monoperro, dice “Si en tu definición de arte no estás tú, esa definición es incompleta”.
Conclusiones
Los sentidos nos brindan una información limitada del universo, y nuestro rumiar interior limita aún más esa información, al interpretarla y filtrarla.
Cada estímulo es clasificado y etiquetado por nuestro entendimiento. La interpretación (reducción) es inmediata e ineludible.
Esto incluye todo nuestro universo fenoménico, es decir los objetos, las experiencias y los vínculos. Entre esos vínculos está implícito el vínculo con nosotros mismos.
Los lenguajes artísticos pueden permitirnos instantes donde suspender el sentido (emanciparnos momentáneamente de la díada regimental “significante-significado”).
A partir de la invención de la fotografía, las artes visuales de nuestra cultura fueron capaces de emanciparse de su función documental opticista permitiendo que emergieran lenguajes capaces de elaborar y conectar con un universo supraceptivo.
Los intereses del negocio del arte nada tienen que ver con la potencia expresiva del lenguaje artístico emancipado. Esa maquinaria eclipsa su desarrollo.
Como educadores que trabajamos con el lenguaje artístico como instrumento, es nuestra responsabilidad despojarlo de distorsiones mercantilistas y volver a dar hegemonía a un arte cuya función principal esté en su factura, su confección, su hacer. Su valor más alto es social, por la experiencia poética individual y compartida.
Bibliografía
Borges, J.L. (1980). Siete noches. Nuevo País.
De Micheli, M. (1999). Las vanguardias artísticas del siglo XX. Alianza.
Freire, P. (2004). La educación como práctica de la libertad. Siglo XXI.
Fromm, E. (2002). El arte de amar. Paidós.
Huxley, A. (1957). Las puertas de la percepción. Sudamericana.
Lowenfeld, V. y Lambert B.W. (1972). Desarrollo de la capacidad creadora. Kapelusz.
Nachmanovitch, S. (1990). Free Play. Planeta.
Winnicott, D.W. (1993). Realidad y juego. Gedisa.