Expresionismo en el aula. Ejercicio de autorretrato
En mi opinión, el Expresionismo es el lenguaje que caracteriza o identifica de manera más categórica el arte moderno. Aunque nos resulta evidente su emancipación respecto de todo conservadurismo estético, reconocemos premioso cualquier intento de reducir el arte de la primera mitad del siglo XX a una definición –la polisemia del término Expresionismo ilustra esto–.
Considerar la cosmovisión irremediable de Nietzsche, el psicoanálisis de Freud o el conductismo de Pávlov nos da una idea del complejo entramado que lo gesta y sin embargo apenas alcanza para acercarnos tímidamente a la hermenéutica de tantas manifestaciones catárticas.
En nuestra mente inconsciente se agazapan deseos o impulsos primitivos y sólo un discurso visual autónomo –vital, irrevocable– que renuncie a falsías y artificios academicistas puede desenmascararlos y desenmascararnos. Gracias a este brutal volantazo cultural nace un lenguaje extradiegético que nos permite la heurística incomodidad de hurgar nuestra propia sombra.
Cuando pinto –cuando emito un discurso estético mediante cualquier arte–, soy cuatro personas: el que quiero ser, el que creo ser, el que aparento ser y el que finalmente soy. Pero por más fuerza que haga, no puedo llegar a ese que realmente soy. Y los demás tampoco pueden alcanzar ese verdadero ser –ni el mío ni el de ellos–. Tal imposibilidad, tal verdad inaccesible de nuestra propia existencia, obligó desde siempre y a toda la especie humana a la invención del concepto de Dios. Porque darnos cuenta que tenemos prohibida la cabal comprensión de nosotros mismos nos resulta insoportable.
Por eso este autorretrato es una introspección emancipatoria. Un acto de fé, un rito sagrado.